La trashumancia, presente a lo largo de todo el territorio español, desarrolla su actividad en dos marcos espaciales diferentes y complementarios: los territorios donde el ganado permanece aprovechando los pastos a lo largo del ciclo anual, denominados agostaderos e invernaderos.
Las siguientes zonas han sido utilizadas históricamente como agostaderos: la Sierra de Gredos, la Montaña de León, el Alto Macizo Ibérico, el Pirineo Aragonés, el espacio que comprende Albarracín-Cuenca-Molina, el territorio que abarca Alcaraz-Cazorla- Segura, Sanabria, Sierra Nevada, el Pirineo Catalán, el eje Gudar-Maestrazgo, el espacio de la Cordillera Cantábrica comprendido entre Pernía-Páramos-Alto Campoo, el Pirineo Navarro, las Sierras Penibéticas, y el territorio de Andía-Urbasa-Encía.
Históricamente ha sido zonas de invernada el Valle de Alcudia, La Serena, Sierra Morena Oriental, Los Pedroches, Extremadura, los Campos de Calatrava y Montiel, Bardenas Reales, la costa mediterránea, Segovia, Ávila y Salamanca, y el Bajo Guadalquivir.
A estos dos tipos de territorio de pastos se suman los rastrojos y barbechos presentes en terrenos agrícolas, y toda la red de vías pecuarias, por la cual se produce el traslado del ganado entre ambos espacios de naturaleza muy heterogénea y con diversas denominaciones a lo largo de toda la geografía española.
Además de haber contribuido a conformar la identidad cultural de muchos territorios de España, la actividad trashumante ha originado un rico patrimonio cultural y etnográfico, reflejado en fiestas y tradiciones, en la toponimia, en la gastronomía y en toda la arquitectura relacionada con esta actividad. También las manifestaciones de la tradición oral, la artesanía y las técnicas de pastoreo tradicional, así como la ordenación de los pastos en el marco del derecho consuetudinario son elementos de la cultura trashumante que esta actividad ayudó a transmitir a su paso por los diferentes y distantes territorios peninsulares.
De esta manera, la trashumancia ha sido tradicionalmente un mecanismo de intercambios culturales entre los diferentes territorios de la Península. A través de la amplia red de vías pecuarias, se produjo la transmisión de noticias y conocimientos, resultando que a lo largo de los diferentes territorios se genera una cierta homogeneidad cultural derivada de las interrelaciones sociales y culturales que este pastoreo producía.
La actividad ganadera trashumante ha aunado históricamente el aprovechamiento de los recursos naturales y el ganado mediante la denominada «cultura pastoril trashumante», produciendo interrelaciones familiares, sociales, económicas, patrimoniales y biológicas y modelando y contribuyendo a la cohesión y vertebración del paisaje peninsular.
Fue declarada Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial en 2017 y constituye en la actualidad un patrimonio vivo, pese a la gran reducción de la cabaña ganadera trashumante y de los cambios en esta actividad.